jueves, 9 de febrero de 2012

LA CICATRIZ DE PAULINA

Durante el gobierno de Alberto Fujimori se desarrolló uno de los más implacables programas de esterilización forzada en el mundo. El documental de Manuel Legarda explica las razones de fondo del supuesto Plan Nacional de Planificación Familiar: acabar con los ciudadanos más pobres de la sierra y selva peruana.
Entre 1996 y 2001, una mujer peruana en cuya casa no existía ni televisión ni refrigeradora ni ducha eléctrica porque en su comunidad la electricidad y el agua eran un lujo, decidió que daría a luz en su propia cama. No quería ir a la posta médica porque había escuchado que en ese lugar ─donde se suponía que doctores y enfermeras salvaban vidas─ ocurrían cosas extrañas. Al día siguiente del nacimiento de su hijo, esos mismos doctores y enfermeras a quienes temía tocaron su puerta y, con ayuda de la policía, se la llevaron a la posta. Allí, sin saber muy bien en qué consistía toda la operación que implicaba abrirle el vientre, la esterilizaron. En ese mismo lapso de tiempo, otra mujer peruana dio a luz a su cuarto hijo y cuando quiso registrar su nacimiento en la posta de su comunidad ─otra comunidad─, le pusieron una condición: solo le darían el certificado si aceptaba que le ligaran las trompas de Falopio. Nunca más debía volver a tener hijos. Asustada, la mujer aceptó. Por aquella misma época, otra peruana acudió a alumbrar a la posta médica de una tercera comunidad. Sus familiares nunca más la verían con vida. Quienes la atendieron secuestraron su cuerpo ─no dejaron que sus parientes la vieran por varias horas─ y luego dijeron que durante el parto le habían encontrado quistes y tumores en el útero y le habían hecho más operaciones. Al final, dijeron que la mujer había fallecido por una reacción alérgica a los medicamentos. Cuando los familiares quisieron denunciar a los responsables, resultó que los nombres de médicos y enfermeras que les habían dado no correspondían a los que habían operado a la parturienta. Ni siquiera existían. Casos así se repitieron, como mínimo, con trescientos mil víctimas en las comunidades andinas y amazónicas más remotas del Perú: todas como parte de una campaña de esterilización masiva promovido desde el gobierno de esos años. Trescientos mil casos de esterilización forzada que ─luego se demostraría─ se había aplicado no solo a madres de familia sino también a menores de edad. A niñas. Muchas veces, además, con anestesia de uso veterinario. No apta para seres humanos. Entre 1996 y 2001, ese fue el Programa Nacional de Planificación Familiar promovido por Alberto Fujimori, el ex presidente de la república hoy encarcelado y que, quizá, pronto sea indultado por un tema de salud. Por razones humanitarias.
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─Sabía que entre 1920 y 1940 se había visto campañas de eugenismo e «higiene racial» en otras partes del mundo, pero que ocurriese aquí a fines del siglo XX fue algo chocante ─explica Manuel Legarda sobre la motivación de su documental La cicatriz de Paulina. En este video presentado en el Congreso de la República hace unos días, el peruano radicado en Suiza muestra una serie de entrevistas realizadas a mujeres de las zonas más alejadas de Cusco, Ayacucho y Piura junto a su colega Genciana Cortés. A lo largo de cinco meses conversaron con trescientas víctimas que demostraron que en el programa de planificación familiar del gobierno fujimorista no hubo casos aislados de negligencia médica sino una práctica común y sistemática. Esterilizar a mujeres de escasos recursos a través de mentiras, chantajes y amenazas. Y aún a costa de su propia vida. En principio, promover la planificación familiar en zonas de pobreza no era una mala idea: así la población podía conocer los métodos anticonceptivos existentes y limitar su reproducción. El problema es que en realidad esa campaña nunca pareció existir y derivó en un programa de esterilizaciones forzadas.
─Algo entendí durante todo el tiempo que hice el documental: que los peruanos no somos iguales en todo el país ─dice Manuel Legarda─. Que hay regiones donde los peruanos tienen más derechos que en otros. Que allí donde no tienen derechos, esos peruanos son tratados como animales. Un tratamiento que sabes es impensable en algunos barrios residenciales de Lima. Y agrega: ─Creo que la gran pregunta de todo esto es: ¿por qué se planteó una campaña como esta cuando, en términos de densidad poblacional sobre superficie territorial, el Perú no es un país superpoblado? ¿Para qué reducir a las poblaciones indígenas?
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Una ligadura de trompas no dura más de treinta minutos y se realiza con anestesia local o raquídea. En un ambiente aséptico y esterilizado, el doctor hace dos pequeñas incisiones de menos de cinco centímetros en el vientre y localiza los conductos de Falopio. Luego procede a anudarlos ─anudarlos: como los pasadores de una zapatilla─, fijarlos con un clip o grapa o simplemente seccionarlos. Con esto se asegura que los óvulos nunca lleguen al útero y puedan ser fecundados. Los conductos nunca son desgarrados: se quedan allí, flotantes. Por lo general este procedimiento médico ─también llamado tuberoctomía, oclusión tubaria bilateral (OTB) o esterilización tubárica─ se realiza cuando la mujer acaba de dar a luz a través de una cesárea: se aprovecha que el útero y los conductos se encuentran inflamados y expuestos a simple vista. Luego de eso se sutura y se interna a la paciente por un par de días como mínimo para ver su evolución. La herida todavía cerrará después de tres meses en promedio. En todo ese tiempo, la mujer deberá cuidarse y controlarse con medicinas de ser necesario. En caso que la mujer haya decidido anudar sus trompas, siempre podrá desanudarlas cuando lo desee y abrir la posibilidad de quedar nuevamente embarazada. En caso de un seccionamiento de los conductos, la posibilidad es nula. La OTB no implica una castración química: la mujer conserva sus ovarios y por lo tanto seguirá produciendo las hormonas que su cuerpo necesita. La prueba está en que seguirá menstruando. La ley dicta que una mujer casada debe presentar el consentimiento firmado de su esposo antes de someterse a este método porque se trata de una decisión delicada y con posibles repercusiones emocionales. Lo mismo, un doctor está impedido de realizar una tuberoctomía a una niña o adolescente porque aún no han alcanzado su máximo grado de desarrollo biológico: bloquear la posibilidad de la maternidad a una menor de edad es calificado una voluntad criminal y perversa. Pues bien, todo eso es lo que se consideraría y realizaría con normalidad en cualquier hospital o posta médica de Lima y el mundo. Pero no fue así en los cientos de comunidades donde se aplicó el programa de esterilización masiva del gobierno fujimorista. En esos años, en esas postas de provincias, si ibas a que te hicieran cualquier chequeo médico pasajero ─una consulta por una gripe persistente, una hernia o una infección intestinal─, te dormían y podías despertar con un par de enormes cicatrices en el vientre. Y sin trompas de Falopio.
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«Nos decían: "¿Acaso ustedes quieren estar pariendo todo el tiempo como cerdos?"». «Nos prometían víveres y medicinas, decían que el gobierno le daría ropa y zapatos a nuestros hijos si aceptábamos». «El doctor nos dijo que con este método las mujeres no podían morir: al contrario, que engordaban y mejoraban su salud». En el documental, las mujeres ─por lo general de escasos recursos y de zonas andinas y amazónicas muy remotas, de las periferias de las ciudades─ narran cómo las engañaban las obstetras y enfermeras. «Nos decían que no nos preocupáramos: que era un método sencillo, que en un par de horas estaríamos de vuelta en nuestras casas. Las enfermeras incluso nos decían que nos pagaban los pasajes hacia la posta, que nos llevaban y traían a nuestras casas». «Yo tenía miedo de ir a la posta. Un día fui a consultar y de frente me dijeron que me quitase la ropa. Quise escapar pero me sujetaron de los brazos y me dijeron que sea consciente, que yo no era millonaria para tener tantos hijos. Luego presionaron a mi esposo para que autorice la operación. Le dijeron que aprovechara, que era gratuito, que el gobierno lo pagaba». ─Esta campaña giró sobre una estrategia de desinformación: a la gente se le hablaba y hacía leer con tecnicismos médicos y en castellano, y así debían firmar su consentimiento, sin importar que se tratara de quechuahablantes analfabetos ─dice Manuel Legarda─. En realidad nadie te mostraba los distintos métodos de planificación: solo había uno y ese era directamente el de esterilización por ligaduras. Los médicos y enfermeras del programa parecían preocupados por una sola cosa: cumplir con las metas de población esterilizada dictada por el Ministerio de Salud dentro de ciertos plazos. Una abogada que en aquel tiempo fue funcionaria de esa institución recuerda haber oído una frase de queja entre obstetras: Hoy solo me has traído una. «Como si esa una fuera cualquier cosa, no una persona», explica horrorizada en el video. Quizá por eso estos médicos y enfermeras eran capaces de ir a los bares y ubicar a los esposos y así, borrachos y confundidos como estaban, hacerles firmar el consentimiento de la operación de su mujer. Tal vez por eso no dudaron en operar a mujeres que presentaban cuadros crónicos de desnutrición y tuberculosis: algo impensable en cualquier manual de medicina por cuanto no tendrían las defensas inmunológicas necesarias para enfrentar algo así. La vida convertida a números: a cifras para leer cada 28 de julio. Por esa misma mirada reduccionista, médicos y enfermeras se negaron a atenderlas cuando las mujeres agonizaban por someterse a operaciones de esterilización en ambientes precarios y con malas prácticas. Y con anestesia para animales. Muchas de esas mujeres murieron en medio de hemorragias, vómitos, migrañas e inflamaciones. Y muchas aún ahora continúan sufriendo hemorragias, vómitos, migrañas e inflamaciones. Y en las postas médicas se niegan a atenderlas. Les dicen que ya están desahuciadas. «Nos ponían en fila y nos operaban todas juntas. Mientras estaba en la camilla, observé a una mujer que parecía no haberle pegado la anestesia. La señora gritaba terriblemente, y más cuando observé cómo le arrancaban algo del vientre. La señora se desmayó del dolor». «Una vez operadas nos negaron las medicinas». «Nos decían: "El gobierno está dando esa ley para que no haya tanta gente"».
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En La cicatriz de Paulina ─cicatriz por la metáfora del trauma psicológico y físico de las mujeres, Paulina por ese nombre genérico tan común en los andes peruanos─, Manuel Legarda ensaya algunas posibles hipótesis para explicar el verdadero objetivo de esta campaña. ─La primera teoría es que, a la luz de los conflictos sociales de la minería actual en nuestro país, se necesitaba vaciar de población ciertas regiones que en el tiempo hubiesen podido ser conflictivas. Había intereses económicos de por medio. Así se aseguraban la extracción de recursos naturales sin problemas. Ninguna de estas ideas nacen solas: son parte de las declaraciones grabadas de ex ministros, ex congresistas, empleados de ONG's, abogados, sociólogos y médicos. ─La segunda teoría es la de eliminar el terrorismo de raíz: apuntando directamente hacia los padres de niños pobres como potenciales subversivos a futuro. Recordemos que esta sugerencia ya aparecía en el famoso documento del Plan Verde ─que nunca se supo si era real o ficticio─ pero que, al leerlo, encuentras que se aplicó exactamente lo que ocurrió en esas zonas. Allí se hablaba de un excedente poblacional que debía ser eliminado. Excedente. ─Y la tercera teoría suena un tanto descabellada, pero en el documental aparece incluso en boca de una importante figura política: que el gobierno pretendía crear enclaves con población japonesa en ciertas regiones peruanas y aprovechar así los recursos naturales. Recordemos que esa fue la misma propuesta que el emperador japonés Hiroito le hizo al dictador brasilero Getulio Vargas en los años treinta y cuarenta. Solo hay ciertos personajes claves que no aparecen en el documental: los ex ministros de Salud Alejandro Aguinaga y John Motta ─actualmente en actividad─, quienes prefirieron no dar declaraciones. Tampoco con Marino Costa Bauer ─otro ex ministro que en el video aparece negando con énfasis la existencia de esa campaña en 1998 y luego inaugurando la lujosa clínica del Jockey Plaza─ hubo oportunidad de conversar. Ellos fueron los funcionarios fujimoristas que participaron directamente en el programa.
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Fue en Estados Unidos donde se iniciaron las primeras campañas de esterilización forzada, a inicios del siglo XX. Tanto es así, que cuando Hitler hizo lo mismo en Alemania, solía justificarse diciendo que los norteamericanos le habían mostrado el camino a seguir: las famosas políticas de eugenesia. En la India, China, Pakistán, Indonesia y Bangladesh los programas de esterilización forzada fueron comunes en la historia y en algunos casos todavía continúan. En Colombia, a fines de los años sesenta, el gobierno auspició un programa nacional que esterilizó a cuarenta mil mujeres a cambio de regalos. En los años setenta y ochenta ocurrió lo mismo en Guatemala, México, Brasil, Bolivia y El Salvador. A veces sin necesidad de regalos: solo mentiras, chantajes y amenazas. En la mayor parte de esos programas latinoamericanos intervinieron la ONU ─a través del Fondo Poblacional de las Naciones Unidas, UNFPA por sus siglas en inglés─ y USAID ─la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos─. Las mismas instituciones que también estuvieron detrás del programa fujimorista. ─UNFPA y USAID niegan haber costeado la campaña de esterilización forzada: aducen que no sabían que eso se realizaba con el dinero de su financiamiento ─dice Manuel Legarda─. Pero cuando revisas los casos a nivel mundial, te percatas que estas organizaciones siempre han apoyado este tipo de programas. El videasta dice que intentó conversar con la representante de USAID en Perú durante mes y medio, pero fue infructuoso. ─Existe un documental sobre una campaña de esterilización forzada en Tailandia realizada en los años ochenta. Y allí sí aparece un responsable de USAID diciendo que solo de esta manera se pueden evitar conflictos sociales, que así se impide que las personas se rebelen, que esta es una manera eficaz de reducir la población de las zonas pobres de un país. Algunas ONG's peruanas trabajaron para estas organizaciones durante el desarrollo del programa. Es el caso de Prisma, Care y, en un primer momento, Manuela Ramos, por ejemplo. ─Prisma, financiada por USAID, argumenta que ellos armaron la logística de los programas de planificación familiar pero nunca de esterilizaciones forzadas ─dice Manuel Legarda─. Pero si vas a esos sitios donde se aplicó este programa, el personal médico te explica que nunca recibieron preservativos ni T de cobre ni pildoras ni inyectables ni nada que pudiera llamarse material de planificación. Te explica que tenían una sola orden: la de esterilizar a la mayor cantidad posible de mujeres. Cualquiera sabe que las organizaciones que financian a ONG's siempre exigen pruebas hasta del más mínimo detalle de lo que se emplea en sus programas: el pasaje de un avión, la impresión de folletería y publicaciones, la adquisición de insumos, la organización de una conferencia: todo debe estar registrado y documentado incluso con boletas de pago. Al fin y al cabo, es su dinero. Imposible entonces que con este tipo de auditorías, USAID, UNFPA y las ONG's peruanas no supieran lo que estaba ocurriendo en esos pueblos.
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─En cierto modo, el plan de esterilizaciones de Fujimori dio resultado. Hoy casi ya no hay población en las comunidades donde se aplicó ─dice Manuel Legarda─. Si vas a esos lugares, encontrarás que ya no nacen niños. Según la Asociación de Mujeres Afectadas por las Esterilizaciones Forzadas del Cusco, existen más de dos mil testimonios en poder de la Fiscalía junto con los informes de la Defensoría del Pueblo y el Ministerio de Salud reconociendo todos estos excesos del gobierno de Fujimori. Desde el 2001, los casos han sido continuamente archivados. Recién a fines del año pasado se pudo reabrir el proceso. ─Estas mujeres necesitan reparaciones civiles y atención médica. Pero es este último punto lo más urgente: atención médica especializada. Porque se están muriendo en vida. Y entonces Manuel Legarda termina diciendo que la mayoría de estas mujeres esterilizadas fueron abandonadas por sus esposos: estos creyeron que la esterilización era una estrategia calculada para poder engañarlos con otros hombres. ─El impacto social de esta campaña ha sido muy grave en el Perú. Recordemos que bajo la concepción andina la mujer está asociada a la tierra y, como tal, debe producir y engendrar varios hijos para poder trabajar, precisamente, la tierra. Tiene que ser fértil. Esa es su concepción cultural y hay que respetarla. Imagínate cómo quedaron esas mujeres que ya tenían hijos y sin recursos económicos. Y encima, enfermas.

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