lunes, 9 de noviembre de 2009

«La bancarrota médica arruina todos los años a un millón de estadounidenses»


El doctor Young explica cómo funciona la sanidad en EEUU

«La bancarrota médica arruina todos los años a un millón de estadounidenses»


Traducido para Rebelión por Juan Vivanco

«Bancarrota médica» es un concepto que no conocía hasta que me lo explicó el doctor Quentin Young en la sala de reuniones de la asociación Physicians for a National Health Program (PNHP), aquí en el centro de Chicago. En la pared destaca una foto de hace unos años con un Barack Obama joven, casi adolescente, en compañía de Young y otros dirigentes de la asociación.

«Bancarrota médica quiere decir que te embargan por deudas sanitarias, porque los honorarios del médico, las facturas de los análisis y los gastos de hospitalización se han acumulado. Entonces interviene el ejecutor judicial y te lo quitan todo: por si fuera poco estar enfermo, quizá moribundo, te quitan la casa, el coche, los muebles, te dejan en la calle, te impiden mandar a tus hijos a la universidad. Es una salvajada. Las bancarrotas médicas no son un fenómeno marginal, pues el 62% de todas las quiebras declaradas por los tribunales de EEUU corresponden a deudas médicas, y todos los años un millón de personas van a la quiebra por esta clase de deudas».

En realidad muchas de estas insolvencias atañen a cantidades bastante modestas que podrían nivelarse (el 20% ascienden a menos de 1.000 dólares, 670 euros; el 40% a menos de 5.000 dólares y el 13% a menos de 10.000 dólares), pero las compañías de seguros exigen la bancarrota porque quieren mostrarse inflexibles y convencer a todos de que no les conviene dejar de pagar.

Quentin Young tiene ya 86 años muy bien llevados, pero hasta el año pasado ejerció la medicina privada en Hyde Park (durante años Barack Obama acudió a la consulta de su socio): «He ejercido durante 61 años» dice con orgullo. Es una figura histórica de la izquierda usamericana. En 1968 atendió gratuitamente a los manifestantes apaleados por la policía durante los disturbios de la Convención Demócrata de Chicago. Ahora dirige la asociación de médicos más progresista de EEUU («somos 17.000; aunque parezca mucho, somos pocos con respecto a los 700.000 doctores que hay en nuestro país»). No en vano su sigla significa «médicos por un Plan Nacional de Salud»: Young es partidario a ultranza de un Servicio Nacional de Salud y cualquier solución que no pase por ahí le parece confusa, cuando no contraproducente. Recuerda que se reunió con Giovanni Berlinguer para aprender del Servicio de Salud italiano. («El PCI era un buen partido, lástima que se fuera al garete».)

Es evidente que para Quentin Young «bancarrota médica», además de una noción del derecho concursal, es la expresión que describe mejor el estado de la sanidad en EEUU.

«La sanidad en EEUU tiene una salud pésima, desde el punto de vista económico, médico y ético. El país gasta 2,5 billones de dólares en sanidad, la sexta parte del Producto Interior Bruto (PIB), 8.000 dólares per cápita anuales: gastamos en sanidad el doble que los países que nos siguen en gasto sanitario, Francia y Alemania, y sin embargo 47 millones de usamericanos carecen de cobertura sanitaria. El año pasado, 45.000 muertes se han debido a que las víctimas no tenían cobertura; esta cifra está en aumento vertiginoso: en 2002 los muertos por falta de seguro sólo fueron 18.000. Recuerde que el 11 de septiembre hubo 3.000 víctimas en total, ¡y estamos hablando de 45.000 anuales!».

Young achaca el desastre sanitario a las compañías privadas de seguros. Recuerda que antes de la segunda guerra mundial las aseguradoras permanecían al margen del mercado sanitario. Entraron gracias a la economía de guerra, para que las empresas proporcionaran beneficios no monetarios a los obreros que tenían los salarios congelados.

«Desde entonces las compañías de seguros recurrieron a toda clase de ardides para aumentar sus beneficios. Por supuesto, incrementaron desmesuradamente las primas de las pólizas, que iban encareciéndose a medida que se conglomeraban los grupos monopolistas. Pero sobre todo recortaron costes, tratando de reducir a la mínima expresión las prestaciones. Han adquirido una habilidad enorme para aducir razones que las eximan de curarte. La más pérfida es la de las ‘condiciones preexistentes’: dicen que tienen derecho a no pagarte un tratamiento si descubren que el origen de tu enfermedad es anterior al momento en que contrataste la póliza. Pueden negarte el tratamiento de un tumor en el pulmón a los 50 años invocando un resfriado que tuviste de niño. Es de locos, el colmo del cinismo. Y lo único bueno que ha hecho el país en 60 años por la sanidad, Medicare, el tratamiento gratuito para los ancianos de más de 65 años y para los minusválidos totales, lo logramos sólo porque las compañías de seguros estaban encantadas de deshacerse de los viejos, el grupo de la población con más enfermedades y por lo tanto el más gravoso en términos de gasto sanitario. Al cedérselos al Estado, las aseguradoras reducían costes.»

Las compañías de seguros son la bestia negra de Quentin Young:

«Hace seis años Obama venía aquí, era un político local, y era un firme partidario del single payer, es decir, del Sistema Nacional de Salud. El sistema single payer reúne todas las ventajas económicas y sociales, pero tiene una pega: está mal visto por las aseguradoras. Las aseguradoras tienen un poder enorme, han sufragado las campañas de senadores y diputados. El presidente de la comisión del Senado que discute la reforma sanitaria, el senador por Montana Max Maucus, cobró millones de dólares de las aseguradoras. ¿Se da cuenta? No es de extrañar que descartara desde el principio la hipótesis del single payer. Ahora también Obama se ha vuelto mucho más blando y no ha hecho nada por imponer un debate sobre el single payer. No se deje confundir por las protestas de la derecha: son marginales y están magnificadas por los medios. La mayoría de los ciudadanos son partidarios del Sistema Nacional de Salud, pero sus representantes, los parlamentarios, están en la nómina de las compañías de seguros. Hoy en día estas compañías son un peligro para la democracia, porque intentan por todos los medios que los representantes no respeten la voluntad de sus electores, del pueblo.»

Le pregunto si esta será la oportunidad para una auténtica reforma sanitaria.

«Ni por asomo. Por ahora tenemos dos sistemas públicos. Uno es Medicare, del que le acabo de hablar. Luego hay un sistema para los pobres y los parados que se llama Medicaid. Medicare es bueno porque atiende a todos los ancianos de cualquier clase social, mientras que Medicaid es un parche, es mejor que nada, pero de serie B. Lo que queremos es un Medicare para todos.»

Ese es el asunto, porque más de uno me ha comentado que el fallo de Obama ha sido anunciar la reforma sanitaria como algo nuevo, en vez de presentarla como la ampliación de un programa que ya existe y funciona bien, es decir, Medicare. Me lo dicen John Nichols, de The Nation, David Moberg, de In These Times, y otros sindicalistas con quienes me entrevisto. Todos ellos coinciden en que si Obama hubiera usado este argumento, habría conjurado los temores de los ancianos. Porque la propaganda republicana sembró entre ellos el miedo a que, con la reforma sanitaria, los fondos de Medicare se extendieran a quienes carecen hoy de cobertura médica, que se los quitaran a los viejos para dárselos a otros. Quizá Obama pensaba que no tenía fuerza suficiente para imponer un «Medicare para todos».

De todos mis interlocutores, este viejo doctor es el más radical. Tiene una opinión pésima de la reforma de Obama, confirmada, a su juicio, por el respaldo que la American Medical Association (AMA) ha prometido a la ley que se vota hoy [8 de noviembre] en el Congreso.

«La AMA tiene 240.000 miembros, un tercio de todos los médicos, pero está en decadencia. Muchos médicos, en vez de ingresar en la AMA, forman asociaciones especializadas, que son casi clubes. Yo pertenezco a la de los internistas, con 120.000 miembros. La AMA siempre ha tenido alma de tendera, para ella la medicina no es más que es un negocio para ganar dinero. Siempre ha sido un sindicato reaccionario con un poder político enorme. Si la AMA apoya esta reforma es porque se ha dado cuenta de que no va a atacar los privilegios corporativos.»

Pero otros activistas son menos radicales. En la Citizen Action de Illinois, una coalición que agrupa más de 200 organizaciones de base (en cuyo consejo de administración también se sienta Quentin Young), la codirectora Lybda DeLaforgue me dice que frente al desastre actual y, especialmente, a la bancarrota sanitaria, esta reforma es un gran paso adelante. Todos están teóricamente a favor de un Servicio Nacional de Salud, pero ya sería un avance lograr una aseguradora pública integradora y opcional (lo que aquí llaman public option). «Sería algo magnífico, extraordinario» dice la sindicalista Jo Patton.

Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20091107/pagina/08/pezzo/264177/

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